lunes, 15 de febrero de 2016

2. Borges era un argentino (por Iñaki Estívaliz)
El escritor Jorge Luis Borges (Buenos Aires, 1899-Ginebra, 1986) estuvo fascinado por Islandia desde pequeño, en Islandia experimentó el mayor romance de su vida y se llevó Islandia hasta su tumba. 
El autor de “Historia universal de la infamia” (1935), “Ficciones” (1944) y “El Aleph” (1949) dedicó varios poemas al país nórdico, al que consideraba “la región” del mundo “más remota y más íntima”.
“Islandia, te he soñado largamente. Desde que aquella mañana en que mi padre le dio al niño que he sido y que no ha muerto una versión de la Völsunga saga que ahora está descifrando mi penumbra con la ayuda del diccionario”, reconoció el creador de “El informe Brodie” (1970), Premio Miguel de Cervantes de 1979 y que quedaría ciego a sus 55 años.
En una entrevista que concedió Borges al periodista Harold Alvarado Tenorio, al que el autor de “La Biblioteca de Babel” (1941) conoció en Reikiavik en 1971, el literato aseguró: “Islandia ha sido una de mis curiosidades desde mi juventud, desde cuando leí las traducciones de las sagas que hizo William Morris”.
Borges exalta ante el periodista la literatura islandesa, le dice que aprendió a narrar con las sagas, “donde ya está la novela moderna y de una manera más eficaz”, y muestra su entusiasmo por el hecho de que los islandeses “hablan como hace siete siglos, pueden leer a sus clásicos sin tener que recurrir a diccionarios o explicaciones, y desprecian a los noruegos y los suecos porque consideran que sus lenguas se han deformado”.
“El islandés tiene una belleza particular por su sonoridad y porque todavía se puede formar palabras compuestas sin que resulten artificiales o pedantes”, sostiene Borges en la entrevista a Alvarado Tenorio, con el que presume que estudia islandés “los sábados y los domingos con un grupo selecto de personas” y aplaude que Islandia sea “un gran país de clase media” donde “no hay ricos ni pobres”.
En el ensayo “Historia de la Eternidad” (1936), Borges incluye un artículo sobre las kenningar, que eran “figuras retóricas” de la literatura nórdica de los siglos IX al XII con las que se nombraban las cosas por algo que lo caracterizaba o haciendo asociaciones por contigüidad.
El escritor bonaerense estaba maravillado por “la belleza de las imágenes y profundidad de significados de algunas” de aquellas kenningar que son como “flores retóricas” que “avivan la imaginación”.
El barco vikingo se llamaba “caballo que corre por los arrecifes”; la batalla era “la tempestad de las espadas” o “la fiesta de los vikingos”; la espada se nombraba “el remo de la sangre“ o el “hielo de la pelea”; el pecho era “la casa del aliento”; y la plata “el rocío de la balanza”.
Borges encuentra en Islandia pasión y valor en una proporción que no había conocido en toda su vida. El 14 de abril de 1971 escribe a su madre, Leonor Acevedo, una postal en la que se puede leer (es fácil encontrarla en internet) que le dice que “Reikiavik es menos monumental que la Municipalidad de Lomas e infinitamente más linda, por extraño que parezca”.
En Islandia, Borges se sintió como un adolescente enamorado y se declaró a María Kodama, a la que dedicó, en “El libro de la arena” (1975), el cuento “Ulrica”, que narra la relación entre un hombre mayor y una mujer joven.
Cuenta Edwin Willianson en la biografía “Borges. Una vida” (2007), que el escritor y Kodama visitaron de nuevo Islandia en 1976 y que buscaron a un pastor pagano al que pidieron que los casara en secreto por el antiguo rito de Odín.
También es fácil encontrar en internet una foto de Borges con el barbudo pastor pagano.
En la tumba de Borges en el cementerio de Plainpalais, en Ginebra, Kodama hizo grabar una inscripción sobre un ataque vikingo.
Pero yo no podía escribir un artículo con citas robadas y datos encontrados en internet o recordados de biografías leídas hace años solo por el hecho de estar en Islandia.
Interesado en la relación de Borges con Islandia, durante semanas en suelo islandés busqué algún dato original, alguna nueva referencia, una fuente directa que me dijera algo diferente para poder escribir un artículo propio vendible.
Pero no encontré a nadie que me dijera lo más mínimo de Borges, ni una calle con su nombre o una tarja en una plaza o cualquier cosa que me justificara, hasta que un día me pareció encontrar la manera.
En las biografías de Borges se señala que en 1979 recibió la Cruz de la Orden Islandesa del Halcón en Grado de Comendador con Estrella. Busqué quién otorgaba esa distinción con la intención de que alguien me dijera algo, pues a eso nos dedicamos los periodistas. 
Investigando sobre la Orden del Halcón, que concede la Presidencia de Islandia, encontré que Borges no aparecía en las listas de personalidades que habían recibido esa cruz. Cada vez que daba con una nueva lista de condecorados con la Orden Islandesa del Halcón y Borges no aparecía entre los insignes islandeses y miembros de la realeza europea, mi corazón latía con más fuerza. Había encontrado el Santo Grial para que me pagaran un reportaje, cosa rara en estos tiempos, una exclusiva internacional: nada menos que el escritor Jorge Luis Borges, que había recibido altas distinciones en todo el mundo pero al que se le había negado el Premio Nobel de Literatura, según las malas lenguas, por haber aceptado un reconocimiento del dictador Augusto Pinochet, tampoco había sido reconocido por el pueblo de Islandia que tanto amaba a pesar de lo que decían todas sus biografías.
Yo ya fantaseaba con qué le iba a comprar a mis hijos con el dinero de mi reportaje desmontando a Borges. 
Además, Borges me debía una. Hace unos años, un catedrático de la Universidad de Mayagüez me amenazó de muerte en el legendario bar El Farolito, del viejo San Juan, porque yo le dije que Borges escribía ejercicios intelectuales sin alma, que no había sido capaz en toda su vida de escribir una sola novela y que se equivocaba al desdeñar a Lorca. El profesor, ofendidísimo, me invitó a salir a la calle. No soy nada pendenciero y me acobardé. Me aferré a la barra bebiendo cervezas y ron El Barrilito con profundo temor mientras el catedrático me miraba con ojos de odio desde la calle esperándome para el duelo a muerte.
Ahora, en Islandia, me iba a resarcir de aquel mal rato con Borges y el profesor de Mayagüez.
Escribí un correo electrónico a la Oficina del Presidente de Islandia solicitando que me confirmaran si Jorge Luis Borges había recibido la Cruz de la Orden Islandesa del Halcón en grado de Comendador con Estrella.
Recibí la contestación en menos de quince minutos.
Antes de abrir el mensaje deseé que si finalmente mi exclusiva había sido una vana ilusión y Borges sí había recibido el reconocimiento, que por lo menos me enviaran el laudo o un parrafito sobre la razón, los motivos, por los que se le había concedido, joder, algún dato para justificar mi texto.
En el mensaje de la Oficina del Presidente de Islandia me confirmaban que, efectivamente, Jorge Luis Borges había recibido la Cruz de la Orden Islandesa del Halcón en grado de Comendador con Estrella y que, precisaban, según sus registros, el condecorado era “un argentino”.

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