sábado, 27 de febrero de 2016





6. El comandante Chocolate en la isla que se eleva porque los glaciares se derriten
Por Iñaki Estívaliz
Fotos: Michael Kienitz
Una agresiva tormenta azota Hali, en la falda del glaciar Vatnajökull en el remoto y hasta hace poco aislado sureste islandés, y un espeso manto de nieve cubre por completo el museo restaurante Þórbergur.
El veterano fotoperiodista de guerra estadounidense Michael Kienitz se sacude la nieve al entrar, saluda a todo el mundo, gasta bromas sobre el mal tiempo y se pide una taza de chocolate caliente.
Un parroquiano le dice al gringo que hace unos años el clima en Hali era mucho peor, que había tormentas todo el invierno y hacía siempre mucho más frío. “En ningún otro lugar del mundo el cambio climático es tan obvio como aquí”, añade el islandés.
El comandante Chocolate, que tiene cara de niño travieso y un algo de Indiana Jones, se ganó rango y apodo en conflictos de medio mundo. Con el sonido de los disparos y las bombas retumbando en su cabeza en Afganistán, El Líbano, Paquistán, Honduras, El Salvador o Guatemala, Kienitz se relajaba bebiendo una buena taza de chocolate caliente. También ha sido testigo de lo peor y lo mejor del ser humano en países como Belize, Nicaragua, Irlanda o Taiwan, entre otros. Ha ganado una interminable lista de premios internacionales de periodismo y publicado sus fotografías en medio centenar de prestigiosos periódicos como el New York Times y el Washington Post o revistas como Newsweek y Life.
Nunca pierde la sonrisa y, como a todo periodista, le gusta contar sus batallitas. Se parte de la risa recordando aquella vez en El Líbano cuando unos señores de la guerra le propusieron que fotografiara la mayor plantación de marihuana jamás concebida por el hombre. Las fotos del mar de cannabis para la producción de hachís fueron portada de la prestigiosa revista marihuanera High Times. Un productor de documentales contactó al comandante Chocolate para que lo llevara a la plantación. El documentalista y Kienitz se encontraron en Amsterdan para preparar el viaje a la plantación libanesa. Pero al comandante Chocolate le dio mala espina que el productor se pasara el día esnifando cocaína, así que se desvinculó del proyecto. El equipo de filmación, sin Kienitz, acabaría siendo secuestrado por los señores de la guerra y nunca se realizó el documental. 
Comenzó trabajando para Andy Warhol en Nueva York, donde fue el fotógrafo oficial del legendario hotel Waldorf Astoria, pero lo dejó porque, recuerda, era un trabajo sin sustancia.
Se interesó por los conflictos cuando estaba en la universidad en su ciudad, Madison, en Wisconsin (EEUU), estudiando filosofía política mientras se convocaban multitudinarias protestas contra la guerra de Vietnam. Pero los medios de comunicación no contaban lo que realmente estaba pasando, así que decidió dedicar su vida a mostrar con fotos la realidad de las guerras.
Se le reconoce que es capaz de captar en una sola imagen las profundas complejidades de los conflictos y defiende que para lograrlo hay que vivir con la gente, tener una relación cercana, íntima, con las personas a las que se fotografía.
Cuando fue a Nicaragua por primera vez, una lluvia de bombas caía sobre Managua y aprendió que en el peor de los escenarios la gente intenta siempre vivir una existencia "más o menos" normal. Esa "dinámica increíble" de la gente tratando de vivir con normalidad en medio del caos acabó siendo el tema central de su trabajo, fundamentalmente enfocado en los niños y las personas mayores, porque “sencillamente son los que más sufren” y lo que dicen o transmiten “es transparente”.
En su libro “Small arms. Children of conflict”, trató de reflejar “la energía y las esperanzas de los niños a pesar de los problemas y el horror alrededor, cómo los niños sobreviven a la violencia” en escenarios de guerra.
Llegó un momento en el que el comandante Chocolate se dio cuenta al cubrir conflictos bélicos de que “nada cambiaba, todo estaba peor”, por lo que dejó las guerras y se dedicó a documentar proyectos de organizaciones no gubernamentales en países en desarrollo que conceden microcréditos a mujeres o incentivan para cambiar las plantaciones de coca por cultivos de café en Perú, pone como ejemplos.
A sus 65 años, ahora se dedica a dar clases de fotografía con drones en la Universidad de Wisconsin y a dejar constancia del cambio climático en Islandia tomando vídeos y fotos de los glaciares con su dron.
En 2012, acompañó a su mujer, cirujana, a un congreso en Reikiavik y quedó maravillado con “la dinámica de los icebergs en la costa” y la belleza del país, que ha experimentado en los últimos años un crecimiento exponencial del turismo y se ha convertido en la meca de los amantes de la fotografía. Desde aquella primera visita, el comandante Chocolate regresa periódicamente, becado por cuatro instituciones no lucrativas, para documentar el cambio climático.
Una angosta carretera, a menudo de gravilla y con un solo carril en cada sentido, circunvala toda la isla. Desde esa única carretera, en un rato se pueden ver glaciales cercanos, ballenas en el mar, focas en las playas, caballos islandeses a ambos lados, cisnes en lagos helados, zorros árticos y renos sobre la nieve, y una variada gama de aves volando. El paisaje geográfico, como de otro planeta, cambia drásticamente cada pocos kilómetros. En Islandia se puede pensar en poco tiempo que se está viajando por el Himalaya, por la Luna o hasta en Marte. Por la noche, si el cielo está despejado, no hay otro lugar poblado en el planeta donde se pueda observar tan cláramente a simple vista la nebulosa de la Vía Láctea. El alucinante espectáculo de las auroras boreales en Hali no tiene parangón.
Pero el comandante Chocolate no pierde el tiempo ni el sueño con las auroras. Le gusta dedicarse a “cosas que importan”, a la política de los problemas que amenazan a los seres humanos, pero sin hacer política. 
“Me pagan, y me pagan muy bien, por documentar el drama del efecto del cambio climático en los glaciares. La belleza de los glaciares es algo increíble, pero esa belleza se está esfumando”, expresa Kienitz.
“La reducción de la cantidad de hielo se nota incluso en poco tiempo. Algunas lenguas de glaciales retroceden entre 200 y 300 metros cada año”, añade.
En 1975, una de las lenguas del Vatnajökull se adentraba en el mar 200 metros. Ahora ha retrocedido más de 3 kilómetros tierra adentro.
Y conforme los glaciares se derriten, la tierra de Islandia se levanta, emerge. Según un estudio de la Universidad de Arizona, la corteza terrestre islandesa en algunas zonas del centro y el sur de la isla se están elevando unos 35 milímetros al año, lo que aunque parezca poco, es una barbaridad en términos geológicos. La investigación confirma que esta elevación acelerada de la corteza terrestre de Islandia se debe al rápido deshielo de los glaciales del país coincidiendo con el calentamiento global. El deshielo está liberando de peso a la tierra, que sube en consecuencia. La investigación, que confirmó que “las rocas se mueven”, se realizó utilizando una serie de receptores de posicionamiento global (GPS).
Los geólogos vaticinan, entre otras consecuencias negativas, que este movimiento de la corteza terrestre multiplicará la actividad volcánica en la isla.
“No tengo esperanza, yo lo estoy documentando antes de que se derritan del todo”, lamenta el comandante Chocolate, quien agrega: “antes estaba todo el día metido en guerras, ahora me gusta estar en soledad y en silencio”. ie

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